Traffic: Una desgarradora visión del narcotráfico
Juan Pablo Valero
En el mercado de las películas de alquiler, se dan muchas opciones interesantes, por tener títulos de películas que muchas veces el usuario no ha visto, porque sencillamente no había nacido y de filmes actuales, que pasaron por debajo de la mesa, por diferentes circunstancias. Una de esas opciones para alquilar un buen largometraje es Traffic.
Sin rodeos, es difícil que en los años venideros exista una película que desbanque a "Traffic" como una de las mejores de su género. Cada elemento de esta película, cada actuación, cada diálogo, se entrelaza hasta formar una compleja historia profunda en su significado y devastadora por sus connotaciones. Si alguien dudaba del talento de Steven Soderbergh como cineasta maduro, luego de los juveniles malabares estilísticos de "Sex, lies and videotape" y "Kafka", ésta es la confirmación.
"Traffic", al igual que "JFK" o "The Doors", pertenece a ese ambiguo género en el que la cámara se convierte en un narrador subjetivo de la historia, en la que los hechos no son tan importantes como el modo en que se cuentan, de hecho, es dolorosamente honesta, pero la veracidad de los sucesos es sólo un complemento del impacto que busca provocar. Y más importante, es que se presencia la validación de un estilo narrativo que renovará el cine de la siguiente década.
TODAS LAS PARTES
"Traffic" cuenta varias historias relacionadas entre sí por el omnipresente fantasma del tráfico de drogas, desde todos los aspectos: quiénes la distribuyen, quiénes la usan y quiénes combaten esta actividad, a diferentes niveles.
Los personajes principales son Javier, un excepcionalmente honesto policía de la ciudad de Tijuana, quien tenazmente lucha por el bienestar de su comunidad, aunque esto lo ponga en situaciones que lamentará amargamente.
En un nivel completamente diferente está Robert Wakefield, un oficial de alto rango en el gobierno de los Estados Unidos, quien tiene a su cargo la organización de la eterna guerra contra las drogas. Sin embargo, no hace falta que Wakefield salga de casa para encontrar el problema frente a frente.
La tercera protagonista es Helena Ayala, la refinada esposa de un próspero empresario que sin previo aviso se ve directamente envuelta en una cadena de distribución de droga cuya existencia hasta el momento ignoraba.
En esta película no hay lecciones fáciles ni moralejas baratas. Los hechos se presentan fríamente, los personajes se las arreglan para enfrentar sus particulares situaciones del mejor modo que pueden y el resultado final es un tapiz de experiencias que muestran las dos caras de la moneda, incluso agregando un buen análisis de las causas de la prosperidad del tráfico de estupefacientes.
Se mencionó un nuevo estilo narrativo; en efecto, Soderbergh tiene el valor de dejar "colgando" la mayor parte de las escenas. Nunca explota las obvias consecuencias de los hechos que viven sus personajes. En vez de eso, prefiere dejar las cosas al aire, dándole al público la tarea de juzgar o interpretar las cosas como mejor parezca. La decisión de hacer esto resulta en una película dinámica, que plantea preguntas en vez de indagar respuestas, y que mantiene su integridad al no buscar congraciarse con el lado amable o moralista de la sociedad.
En el pasado, Soderbergh ha logrado extraer extraordinarias actuaciones de su elenco; ésta no es la excepción: Benicio del Toro y Don Cheadle brillan particularmente como policías (uno mexicano, el otro norteamericano) con métodos e ideologías distintas, pero válidas.
Erika Christensen entrega una actuación extraordinaria como la adicta hija de Michael Douglas, a la vez atractiva y lastimosa; por otro lado, el mismo Douglas se ve algo acartonado, aunque aprovecha valientemente su edad madura para dar adicional credibilidad a su personaje.
Incluso Catherine Zeta-Jones muestra su talento frente a las luminarias que la acompañan.
La cinematografía es una herramienta más que usa el director para facilitar la narrativa. Los cambios de color en la cinta, además de ayudar a la ambientación, dan identidad inmediata a las muy variadas locaciones en que se desarrolla la película.
Podrá parecer un vacío ejercicio de preciosismo visual, pero en realidad es un respaldo del entretejido pero preciso guión, y mantiene perfectamente claro el flujo de las historias.
Una carretera perdida en medio del desierto. Dentro del coche, un policía mexicano le cuenta a su compañero el sueño horrible de la noche anterior. Se trata de un presagio de los acontecimientos que vendrán a continuación, porque los dos policías vivirán una pesadilla.
El espectador (Hablo de mi caso), en cambio, hipnotizado por la deslumbrante puesta en escena de Soderbergh, tendrá la sensación de soñar despierto.
En el aspecto formal, Traffic es un derroche de virtuosismo, un relato trepidante, un mosaico de historias. Aquí la segmentación es espacial (México, Ohio-Washington, San Diego), mientras que en El halcón inglés -la película donde Soderbergh ha llevado más lejos el estilo fragmentado- los saltos se daban más en el tiempo que en el espacio. En Traffic, los tres ejes narrativos se entrelazan de una forma prodigiosa, potenciándose recíprocamente. Cuenta, además, con unos actores excelentes. Y se hablan dos idiomas, el español y el inglés.
CRONICA Y MELODRAMA
¿Qué es, en realidad, Traffic? Conviene señalar, ante todo, que Traffic no es un sermón ni un alegato a favor o en contra de la despenalización de las drogas, ni a favor o en contra de nada, sino una crónica de la guerra contra el narcotráfico, en tres frentes de batalla: México (color: marrón arenoso), Ohio y Washington (color: azul eléctrico) y San Diego (color: verde). Una crónica con vocación de documental, incluso con características de dicho género, como los escenarios naturales y la filmación con la cámara en la mano.
Traffic se limita -o al menos eso pretende- a mostrar cómo funcionan las cosas, sin ocultar los absurdos y las contradicciones internas. Y sin proponer soluciones. El espectador debe sacar sus propias conclusiones.
Si aparece alguna historia complementaria -como la del grupo de estudiantes toxicómanos-, pronto queda subordinada -mediante el personaje de la hija del jefe de la DEA- a la crónica principal. Traffic pertenece, pues, a la modalidad de la crónica policíaca, pero no a la corriente más crítica.
El mérito del género negro consiste en criticar el orden social como crimen organizado (cf. Cosecha roja, de Dashiell Hammett). Actualmente, vivimos en la época de la militarización de los gangs y cárteles y de la gansterización de los políticos. De ahí la confabulación entre gánsteres, militares, policías y políticos. La figura del general Salazar es reveladora de dicha evolución.
Y la ausencia de un personaje equivalente en el otro lado del Río Grande también es reveladora. Pone de manifiesto que Traffic ofrece una visión idealizada, edulcorada de las altas esferas de Estados Unidos.
A pesar de que el espectador ya ha visto crónicas basadas en hechos reales que ofrecen una visión desmitificadora, como Serpico (1973) y El príncipe de la ciudad (1982), de Sidney Lumet. Y aún podríamos añadir L.A. Confidential (1997). Obra de ficción, sí, pero que captaba la realidad más profundamente que muchas crónicas y documentales "realistas" que se quedan en la superficie. Como se ha demostrado al descubrirse la existencia, en la policía de Los Angeles, de un grupo parecido al de la película de Curtis Hanson. Así las cosas, cuesta entender que en el año 2000 Soderbergh y Stephen Gaghan (el guionista) presenten a un personaje como Robert (Michael Douglas) adornado con la aureola de incorruptible.
Esa clase de políticos no pertenecen al género documental, sino a las fantasías prefabricadas de cierto sector de Hollywood. Dejando esto de lado y ciñéndonos a los aspectos estrictamente cinematográficos, ¿cómo se explica que Benicio del Toro y Don Cheadle se coman a Michael Douglas? ¿Por las limitaciones del actor o por las limitaciones del personaje que encarna? Sería sencillo explicar que se debe a ambas cosas.
Pero es sintomático que el personaje situado en las altas esferas resulte más esquemático, con pocos matices. Ni siquiera logra enriquecerlo su evolución final, cuando Robert dimite de su cargo y considera más importante la rehabilitación de su hija, que el enfoque político-militar de la DEA.
La crónica policíaca ofrece un catálogo de las situaciones habituales de la guerra contra el tráfico de estupefacientes. A fin de cuentas, no es muy innovadora que digamos. Está filmada, eso sí, con un gran despliegue de energía y dinamismo.
Es innovadora en la forma, no en el contenido. Lo cual no significa que no posea cosas interesantes. En Traffic, por supuesto, se reflejan numerosas contradicciones de la cruzada contra el narcotráfico, empezando por la principal: que se luche en el extranjero contra un tráfico que tiene su origen en la gran demanda de consumo que existe en Estados Unidos.
Menos original es el otro ingrediente de Traffic: el melodrama. La relación entre Robert y su hija Caroline (Erika Christensen) va adquiriendo esa orientación. Soderbergh y Stephen Gaghan no dudan en recurrir a situaciones fuertes -y estereotipadas- para suscitar las emociones del público. El descenso de Caroline a los infiernos, el rescate a cargo de su padre y la redención final nos recuerdan los melodramas de barrios bajos (slum melodramas) de D. W. Griffith
Sin rodeos, es difícil que en los años venideros exista una película que desbanque a "Traffic" como una de las mejores de su género. Cada elemento de esta película, cada actuación, cada diálogo, se entrelaza hasta formar una compleja historia profunda en su significado y devastadora por sus connotaciones. Si alguien dudaba del talento de Steven Soderbergh como cineasta maduro, luego de los juveniles malabares estilísticos de "Sex, lies and videotape" y "Kafka", ésta es la confirmación.
"Traffic", al igual que "JFK" o "The Doors", pertenece a ese ambiguo género en el que la cámara se convierte en un narrador subjetivo de la historia, en la que los hechos no son tan importantes como el modo en que se cuentan, de hecho, es dolorosamente honesta, pero la veracidad de los sucesos es sólo un complemento del impacto que busca provocar. Y más importante, es que se presencia la validación de un estilo narrativo que renovará el cine de la siguiente década.
TODAS LAS PARTES
"Traffic" cuenta varias historias relacionadas entre sí por el omnipresente fantasma del tráfico de drogas, desde todos los aspectos: quiénes la distribuyen, quiénes la usan y quiénes combaten esta actividad, a diferentes niveles.
Los personajes principales son Javier, un excepcionalmente honesto policía de la ciudad de Tijuana, quien tenazmente lucha por el bienestar de su comunidad, aunque esto lo ponga en situaciones que lamentará amargamente.
En un nivel completamente diferente está Robert Wakefield, un oficial de alto rango en el gobierno de los Estados Unidos, quien tiene a su cargo la organización de la eterna guerra contra las drogas. Sin embargo, no hace falta que Wakefield salga de casa para encontrar el problema frente a frente.
La tercera protagonista es Helena Ayala, la refinada esposa de un próspero empresario que sin previo aviso se ve directamente envuelta en una cadena de distribución de droga cuya existencia hasta el momento ignoraba.
En esta película no hay lecciones fáciles ni moralejas baratas. Los hechos se presentan fríamente, los personajes se las arreglan para enfrentar sus particulares situaciones del mejor modo que pueden y el resultado final es un tapiz de experiencias que muestran las dos caras de la moneda, incluso agregando un buen análisis de las causas de la prosperidad del tráfico de estupefacientes.
Se mencionó un nuevo estilo narrativo; en efecto, Soderbergh tiene el valor de dejar "colgando" la mayor parte de las escenas. Nunca explota las obvias consecuencias de los hechos que viven sus personajes. En vez de eso, prefiere dejar las cosas al aire, dándole al público la tarea de juzgar o interpretar las cosas como mejor parezca. La decisión de hacer esto resulta en una película dinámica, que plantea preguntas en vez de indagar respuestas, y que mantiene su integridad al no buscar congraciarse con el lado amable o moralista de la sociedad.
En el pasado, Soderbergh ha logrado extraer extraordinarias actuaciones de su elenco; ésta no es la excepción: Benicio del Toro y Don Cheadle brillan particularmente como policías (uno mexicano, el otro norteamericano) con métodos e ideologías distintas, pero válidas.
Erika Christensen entrega una actuación extraordinaria como la adicta hija de Michael Douglas, a la vez atractiva y lastimosa; por otro lado, el mismo Douglas se ve algo acartonado, aunque aprovecha valientemente su edad madura para dar adicional credibilidad a su personaje.
Incluso Catherine Zeta-Jones muestra su talento frente a las luminarias que la acompañan.
La cinematografía es una herramienta más que usa el director para facilitar la narrativa. Los cambios de color en la cinta, además de ayudar a la ambientación, dan identidad inmediata a las muy variadas locaciones en que se desarrolla la película.
Podrá parecer un vacío ejercicio de preciosismo visual, pero en realidad es un respaldo del entretejido pero preciso guión, y mantiene perfectamente claro el flujo de las historias.
Una carretera perdida en medio del desierto. Dentro del coche, un policía mexicano le cuenta a su compañero el sueño horrible de la noche anterior. Se trata de un presagio de los acontecimientos que vendrán a continuación, porque los dos policías vivirán una pesadilla.
El espectador (Hablo de mi caso), en cambio, hipnotizado por la deslumbrante puesta en escena de Soderbergh, tendrá la sensación de soñar despierto.
En el aspecto formal, Traffic es un derroche de virtuosismo, un relato trepidante, un mosaico de historias. Aquí la segmentación es espacial (México, Ohio-Washington, San Diego), mientras que en El halcón inglés -la película donde Soderbergh ha llevado más lejos el estilo fragmentado- los saltos se daban más en el tiempo que en el espacio. En Traffic, los tres ejes narrativos se entrelazan de una forma prodigiosa, potenciándose recíprocamente. Cuenta, además, con unos actores excelentes. Y se hablan dos idiomas, el español y el inglés.
CRONICA Y MELODRAMA
¿Qué es, en realidad, Traffic? Conviene señalar, ante todo, que Traffic no es un sermón ni un alegato a favor o en contra de la despenalización de las drogas, ni a favor o en contra de nada, sino una crónica de la guerra contra el narcotráfico, en tres frentes de batalla: México (color: marrón arenoso), Ohio y Washington (color: azul eléctrico) y San Diego (color: verde). Una crónica con vocación de documental, incluso con características de dicho género, como los escenarios naturales y la filmación con la cámara en la mano.
Traffic se limita -o al menos eso pretende- a mostrar cómo funcionan las cosas, sin ocultar los absurdos y las contradicciones internas. Y sin proponer soluciones. El espectador debe sacar sus propias conclusiones.
Si aparece alguna historia complementaria -como la del grupo de estudiantes toxicómanos-, pronto queda subordinada -mediante el personaje de la hija del jefe de la DEA- a la crónica principal. Traffic pertenece, pues, a la modalidad de la crónica policíaca, pero no a la corriente más crítica.
El mérito del género negro consiste en criticar el orden social como crimen organizado (cf. Cosecha roja, de Dashiell Hammett). Actualmente, vivimos en la época de la militarización de los gangs y cárteles y de la gansterización de los políticos. De ahí la confabulación entre gánsteres, militares, policías y políticos. La figura del general Salazar es reveladora de dicha evolución.
Y la ausencia de un personaje equivalente en el otro lado del Río Grande también es reveladora. Pone de manifiesto que Traffic ofrece una visión idealizada, edulcorada de las altas esferas de Estados Unidos.
A pesar de que el espectador ya ha visto crónicas basadas en hechos reales que ofrecen una visión desmitificadora, como Serpico (1973) y El príncipe de la ciudad (1982), de Sidney Lumet. Y aún podríamos añadir L.A. Confidential (1997). Obra de ficción, sí, pero que captaba la realidad más profundamente que muchas crónicas y documentales "realistas" que se quedan en la superficie. Como se ha demostrado al descubrirse la existencia, en la policía de Los Angeles, de un grupo parecido al de la película de Curtis Hanson. Así las cosas, cuesta entender que en el año 2000 Soderbergh y Stephen Gaghan (el guionista) presenten a un personaje como Robert (Michael Douglas) adornado con la aureola de incorruptible.
Esa clase de políticos no pertenecen al género documental, sino a las fantasías prefabricadas de cierto sector de Hollywood. Dejando esto de lado y ciñéndonos a los aspectos estrictamente cinematográficos, ¿cómo se explica que Benicio del Toro y Don Cheadle se coman a Michael Douglas? ¿Por las limitaciones del actor o por las limitaciones del personaje que encarna? Sería sencillo explicar que se debe a ambas cosas.
Pero es sintomático que el personaje situado en las altas esferas resulte más esquemático, con pocos matices. Ni siquiera logra enriquecerlo su evolución final, cuando Robert dimite de su cargo y considera más importante la rehabilitación de su hija, que el enfoque político-militar de la DEA.
La crónica policíaca ofrece un catálogo de las situaciones habituales de la guerra contra el tráfico de estupefacientes. A fin de cuentas, no es muy innovadora que digamos. Está filmada, eso sí, con un gran despliegue de energía y dinamismo.
Es innovadora en la forma, no en el contenido. Lo cual no significa que no posea cosas interesantes. En Traffic, por supuesto, se reflejan numerosas contradicciones de la cruzada contra el narcotráfico, empezando por la principal: que se luche en el extranjero contra un tráfico que tiene su origen en la gran demanda de consumo que existe en Estados Unidos.
Menos original es el otro ingrediente de Traffic: el melodrama. La relación entre Robert y su hija Caroline (Erika Christensen) va adquiriendo esa orientación. Soderbergh y Stephen Gaghan no dudan en recurrir a situaciones fuertes -y estereotipadas- para suscitar las emociones del público. El descenso de Caroline a los infiernos, el rescate a cargo de su padre y la redención final nos recuerdan los melodramas de barrios bajos (slum melodramas) de D. W. Griffith
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